jueves, 27 de enero de 2011

Memorial


Ese día fuimos al cine. Antes, me habías llamado y quedamos en ir. Realmente yo no quería asistir pero tampoco quería quedarme. Llegaste por mí al trabajo completamente mojado, estaba lloviendo como si fuera a caer un diluvio; nos saludamos furtivamente y corrimos al auto. Miré el pavimento, cada vez se encharcaba más, sin quitarle la vista te dije que manejaras con cuidado porque podría ser peligroso debido al estado de las calles. Me dijiste un “de acuerdo” y no volvimos a hablar hasta que estábamos en la taquilla del cine. No recuerdo que película vimos, ni siquiera sé cuánto duró, en la sala veía la pantalla y a veces el helado que compramos. Sólo una vez te volteé a ver y tú estabas absorto en la película, con los ojos fijos en la pantalla. De pronto todo se puso negro y después se prendieron las luces, salimos y tú ibas enfrente de mí. Afuera miré el reloj y mientras lo contemplaba te pregunté si querías ir a comer a mi casa, aceptaste y fuimos al carro. La lluvia había parado pero el asfalto seguía inundado, esta vez no hizo falta que te dijera que tuvieras cuidado.

Dormitaba cuando paraste, mi casa se alzaba ante nosotros y yo salí para abrir las cerraduras en lo que tú le activabas la alarma al auto. Adentro, te pedí que te sentaras mientras yo cocinaban, así lo hiciste y después de un tiempo nos sentamos. Recuerdo que hablamos sobre comics, creo que reí en algún momento pero siempre tuve la vista en el plato. Terminamos de comer y recogí la mesa en lo que tú mirabas tu reloj. Regresé al comedor paseando la mirada en el suelo, suspiraste y anunciaste que te ibas, “¡claro!” te dije y te acompañé a la salida.

Salimos y nos quedamos en el umbral de la puerta, frente a frente; volteé a verte a la cara para despedirnos y cuando tus ojos sostuvieron los míos, me quedé helada: en ese momento fue cuando noté que en todo el día nunca nos habíamos visto a los ojos, y ahora, esos ojos me estaban capturando y me invitaban a entrar; me sumergí en ellos y lo vi, vi todo, y ese todo era… nada, ya no había nada, la nada era el todo. Salí de tus ojos y supe que tú también te habías metido en los míos, y que habías visto lo mismo. Las lágrimas se agolparon en mis párpados y sin bajarte la vista te dije “Se acabó ¿verdad?”, “Sí”, me dijiste y vi las mismas lágrimas que yo tenía, en tus ojos. Bajaste la mirada. Recuerdo que dolió.

              El último día que te vi fue en el aeropuerto, te ibas a trabajar a otro país, te deseé suerte después de abrazarte y tú me agradeciste, abordaste el avión y desapareciste. Ya había pasado un año desde aquel día en que me perdí en tus ojos; los meses siguientes nos la pasamos organizando nuestras cosas y cada quien tomó un camino diferente. Sufrí y me dolió mucho pero, ¿qué hacer cuando ya no había nada de qué hablar?, ¿qué hacer cuando toda la comunicación se reducía a “hola”?. Te recuerdo como aquel día en que fuimos sinceros con sólo vernos, recuerdo como nos conectamos sólo para separarnos, recuerdo, recuerdo…