domingo, 2 de septiembre de 2012

Tú.



Hubo un día en que te viví. Era cuando mi sonrisa flotaba y todo olía a sol. Me la pasaba comiendo moras en el prado y esperaba tu llegada cuando la luna salía a tomar aire.

Con las manos chocando tímidamente esperando agarrarse, me mostrabas los caminos de las liebres, la lluvia de luciérnagas y los árboles rasguñando el cielo. En las pausas de contemplación admiraba tus sedosos ojos cafés y dejaba que derramaras sobre mí tu mirada. Cada vez que pensaba en ti mientras las moras llenaban mi boca, hacías que me devolviera a una época en la que me sentía segura y en la que todo era nuevo y emocionante. Contigo bebía la vida a borbotones y jamás sentía sed.

Tú me regalaste la luna y yo te regalé mis palabras. Salían grácilmente de mi boca y yo las guardaba en pequeños saquitos (junto con una mora) para que al final de la noche los depositara en tus manos y a cambio recibiera un pequeño beso en la frente. Luego te marchabas con la promesa de volver la noche próxima; así que yo me quedaba sentada comiendo moras y exprimiéndoles las palabras, mientras contaba a las aves para saber el tiempo que faltaba para que regresaras.

Tú y yo. Tu luna y mis palabras.

Palabras, hermosas palabras que al final no sirvieron de nada porque tú te fuiste y yo me quedé con el dolor. Porque en la noche sin luna ya no regresaste y los saquitos se empezaron a juntar en el prado. Porque tus ojos sedosos ya no estaban y las aves ya no volaban y las moras ya no se exprimían y los besos en la frente se esfumaron.

¿Cuándo el día que faltaste? ¿Cuándo el día en que te apagaste? ¿Cuándo el día en que dejé de vivirte? El tiempo pasó cuadrito a cuadrito, cambiando los colores de mi piel y surcando mis mejillas. Lo que hubiera dado por verte otra vez, por seguirte regalando mis palabras, por sentir tu mano rozando la mía, por oírte decir mi nombre.

Por eso acabé callando del todo, al principio quizá por tozudez, pero luego porque era incapaz de pensar y de hablar pues tú eras para mí la medida de todas las cosas. Sólo me quedó la huida, la amargura, la tristeza, la lucha interior.

Creo que fuiste el primer dolor de mi vida y no se pareció en nada a lo que yo suponía. No acabó conmigo como persona. Creo… que me dio una base de comparación; descubrí que se podía existir dentro del dolor, a pesar del dolor. Ahora nado en un montón de saquitos esperando que sacies tu sed con mis palabras. Sigo buscando una señita que me diga que este asunto de ti es rico, que vale la pena, aunque tenga que doler. Deseo que regrese el día en que te viví.