viernes, 22 de abril de 2011

Era Ella


Verde radioactivo. Así era el color del agua de limón que está frente a mí. No puedo asegurar si es o no de procedencia nuclear, pero al menos sí sabe a limón; tiene ese toque de algo a limón, como todo aquí. Los frijoles saben a algo con frijoles, los chilaquiles a algo con chilaquiles, la carne a algo con carne. Todo aquí sabe a algo con lo que debería ser. Todo. Incluso lo de ella.

Sólo le queda una tajada de pepino (¿o sólo le dieron una?) de su ensalada. Aunque no sé si se le puede llamar tajada; es más bien un trozo grande y chueco de pepino con algo de cáscara, se ve mal pero al mismo tiempo se ve bien. Y aún así ella no lo comerá. No sé porqué me entristece este hecho, pero sé que no lo hará y tal vez lo haga hacia un lado del plato; al igual que hizo con la cuarta parte del arroz y la tercera de la sopa, puede que incluso lo haga con la ensalada. Me inquieta el hecho de que no termine la comida y la desperdicie, tal vez de haberlo sabido antes no la habría escogido, sin embargo aquí estoy, frente a ella, comiendo unos tallarines demasiado suaves en una cafetería atestada de gente (aunque ella no lo cree así) y sin una palabra en la boca, sólo tallarines suaves.

Ella sigue comiendo, parece que la ensalada está rica pero no lo suficiente porque no la disfruta, o a lo mejor ella es así, creo que es así. Puede que sea la forma en que mastica, o en la que toma en tenedor, o cualquier otra acción que efectúe que me hace pensar que es tranquila. Llego al arroz y que curioso, sabe a algo con arroz; aunque tiene algo duro, parece son los elotes. La comida desaparece poco a poco de nuestros platos y por fin pude decir algo. Lo sabía, ella es muy tranquila, su voz me lo ha dicho.

Medio platicamos entre medias cucharadas con medias comidas y de pronto ¡zaz! Ahí estoy yo hablando sin parar como siempre lo hago cuando, de pronto ¡zaz! Ahí está ella riendo como nunca lo hace. Se ríe… y conmigo. Así que ella es tranquila con los desconocidos, pero ríe con sus amigos, y ella se ríe… y conmigo. Después de ese momento tan acogedor damos por terminada nuestra charla sin pronunciarlo. Miro su plato de ensalada: vacío, sólo con una deforme tajada de pepino abandonada.

Mi agua de algo con limón está por extinguirse y ella se retoca los labios. El que lo haga me entristece aún más que haber comprobado que no se comió el pepino. Ella se irá. Probablemente esté pensando en lo que va a hacer saliendo de aquí, en sus otros amigos o en las tareas. Puede que tenga que ver a alguien en específico, o que vaya a alguna exposición o a la feria del libro, o puede que esté por titularse y vaya a hacer su exámen profesional, o puede que sólo irá a casa a dormir un rato. Sí, probablemente esté pensando en eso, pero también probablemente, entre este mar de pensamientos, ella ya me olvidó. O a lo mejor lo hará cuando deje su bandeja al frente, o cuando salga, o cuando se encuentre a otra persona, o cuando llegue a donde tenga que ir, o cuando se despida de mí.

Ágilmente toma sus cosas, me mira por última vez y dice “provecho hasta luego”, mi absurda respuesta “sí, gracias, que te vaya súper bien” y…, se fue.

Ella no representó ningún cambio relevante en mi vida, sólo fue la chica que tenía un lugar vacío en su mesa el cual yo ocupé a la hora de comer en la cafetería. Sin embargo nunca la olvidé. Mi vida continuó como lo hizo hasta que muchísimo tiempo después yo caminaba bajo el refulgente sol y me topé con otra anciana; nos miramos unos momentos y dijo: ¿no eres tú aquella joven que un día se sentó en el lugar vacío que tenía en mi mesa a la hora de comer en la cafetería? “La misma” le dije, “que alegría verte de nuevo, recuerdo que me hiciste reír en serio en ese breve momento, me alegraste el día y nunca te lo agradecí”, “¿de verdad? No tienes porque, al contrario, me hace feliz saber que te alegré”.

Ella me sonrió y yo la recordé como el día en que la vi hacerlo hace ya tanto tiempo. Así es que realmente ella nunca me olvidó y a lo largo de su vida le dedicó minutos a mi recuerdo, porque éramos amigas. Le devolví la sonrisa e inmediatamente recordé mi tristeza por su tajada de pepino y porque se retocó los labios; se lo quise contar pero una nueva tristeza y más profunda me vino al corazón. Atrás de ella estaba esa señora vestida de negro, blanca y sólo la constituían sus huesos; apestaba pero nadie notaba su hedor, sólo yo. Esta señora dio un paso más y sonrió, ahora lo entendía, había conocido a aquella chica en la cafetería porque cuando me la volviera a encontrar sería un día fundamental en mi vida, sería mi último día. Verde radioactivo, el agua era de color verde radioactivo.

1 comentario:

  1. Simplemente genial, lodeclaro mi favorito de los que alcancé a leer jaja será porque lo sentí un poco yuri? jaja ya sabes, los pervertidos siempre vemos lo que queremos ver saludos!

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